Crecí en Honduras en La Ceiba. Era una juventud muy buena con limitantes como se dice, pero tenía todo una ciudad futbolera. Era una niñez muy buena donde jugaba descalzo en la calle con mis amigos. Fue una niñez muy interesante que la disfruté.
El barrio en lo que crecí era muy unido donde si a los vecinos les hace falta la comida, el otro vecino les daba. El barrio era muy tranquillo y la isla muy contenta. Yo crecí con mi abuela, mi mamá, mis hermanas, mis tías y con mis primos en una sola casa. Compartí el dormitorio con mi mamá.